En 1916, cuando María Blanchard se instala definitivamente en París, la ciudad ya no era la misma que había conocido en anteriores estancias junto a Diego Rivera. La Primera Guerra Mundial había trastocado todos los aspectos de la vida y un retorno al orden, una vuelta al clasicismo y la tradición se había instalado en el arte. El cubismo no fue ajeno a esa tendencia y fue abandonando la experimentación que le había caracterizado desde sus orígenes, buscando en sus creaciones mayor legibilidad y claridad formal. En París, Blanchard entraría en contacto con algunos de los representantes más importantes de este nuevo estilo conocido como cubismo sintético: Juan Gris y Jean Metzinger, a los que conoció a través de Jacques Lipchitz, y André Lothe. Con todos ellos coincidió en la galería L’effort Moderne, dirigida por el marchante Léonce Rosenberg y abanderada del nuevo estilo.
Esta pintura corresponde al momento de colaboración y amistad entre Blanchard y Juan Gris, en la que, como él, actualiza un tema clásico de la tradición pictórica francesa, el del personaje con instrumento musical. La artista compone la figura a partir de un entramado bidimensional de planos geométricos coloreados sin conexión aparente. La síntesis a la que llega es extrema, no hay volumen ni perspectiva y solo precisos detalles como dos cuerdas de guitarra, un ojo o tres dedos ayudan a reconocer la figura representada.
La macrofotografía con luz visible ofrece la oportunidad de ahondar en esta obra cubista de María Blanchard y observar de cerca la textura de las manchas geométricas de color, tan representativas de este periodo de su carrera. La artista logra una trabajada superficie lisa, plana y uniforme, con una presencia muy sutil de las líneas del pincel o la espátula, como es característico de la encáustica, técnica basada en la cera como componente principal.
Si se juega con los aumentos, al poner el foco en las cinco líneas ondulantes que representan el cabello de la protagonista, la huella de la pincelada se distingue con total definición. Constituye uno de pocos los detalles en los que el gesto de la mano de la artista queda muy bien reflejado, lo que contrasta con las frías formas geométricas donde oculta su mano.
El estudio con fotografía ultravioleta muestra la superficie de la obra cubierta por un velo de tono azul lechoso que disminuye el contraste entre los colores. Este velo corresponde al barniz que se aplicó, formando una capa bastante gruesa y más o menos uniforme, en una antigua intervención de restauración.
Debajo se advierten manchas y puntos de color violáceo oscuro de diferente intensidad, que corresponden a antiguos retoques de color realizados con probabilidad en la intervención antes comentada. Aunque dichas marcas se localizan por diversas áreas de la superficie pictórica, destaca una mayor concentración a lo largo del margen izquierdo.
Al igual que bajo la luz ultravioleta, la fotografía infrarroja evidencia los antiguos repintes; pero, además, en algunos puntos, consigue desvelar con definición la orografía de las pérdidas, poniendo de manifiesto la cantidad de pintura original que el repinte oculta.
Resulta muy interesante comparar el estudio con luz ultravioleta e infrarroja en el área rosa que representar el brazo izquierdo de la figura, donde se aprecia la dimensión real del daño en un tono gris oscuro.