Salvador Dalí entra en contacto con el cubismo a partir de 1922, durante su etapa de estudiante en Madrid, gracias a las lecturas de la revista L’Esprit Nouveau que le conseguía su tío desde Barcelona. Durante los poco más de cinco años en que realiza obras cubistas, Dalí experimenta con los diferentes estilos, influencias y técnicas que se habían sucedido en los quince años de vida del movimiento, aunque será más afín a los postulados del purismo, la versión más reciente del cubismo.
Su Autorretrato cubista de 1923 es un buen ejemplo para evidenciar ese cruce de influencias. Así, Dalí inserta en su retrato-máscara, de estética africana, una composición heredera del cubismo analítico que Picasso practicaba hacia 1910, a la que suma la técnica de papier collé, introducida por este último junto con Braque en 1912.
La fotografía con luz visible posibilita apreciar la técnica utilizada por Dalí en este emblemático autorretrato, obra temprana de su etapa cubista.
Al dirigir el zoom hacia los laterales se observa que el soporte utilizado no es tela, sino cartón.
Dalí adhirió al soporte varios elementos, como papel de periódico, papel de cigarrillos y un marco de diapositivas, por lo que se trata de un collage, técnica innovadora propia del cubismo incorporada desde 1912.
Después, creó las líneas negras de la composición formando una estructura triangular que divide la superficie en pequeños espacios geométricos.
Dichos espacios fueron rellenados con pinceladas cortas de color, utilizando una paleta cromática de colores fríos.
Dalí subrayó ciertas líneas negras, como sus propias cejas, aportando mayor entidad a esta parte identificativa de su retrato.
La macrofotografía aporta, además, información sobre el estado de conservación de la obra. En la superficie gris que se encuentra bajo el papel de cigarrillos, a la izquierda de la figura, se advierte un conjunto de grietas verticales. Se trata de cuarteados en la capa pictórica, que se repiten en múltiples áreas blancas, grises y negras.
Este tipo de estudio manipula la luz para enfatizar el relieve de la obra. En este caso, aporta una visión diferente de la pincelada, los empastes y los elementos añadidos por Dalí en la composición.
Llama la atención la impronta tan enérgica del pincel y los juegos de trazado. El artista desliza el pincel en distintas direcciones, a veces con vivos movimientos curvos, construyendo así las distintas capas de color, tal y como se aprecia en el rostro.
Resulta interesante analizar con detalle el periódico a la derecha de la figura: la rugosidad del papel, una arruga transversal y una larga grieta en la pintura que corresponde con el borde superior del periódico, donde además se ve una pequeña falta de pintura.
Gracias a esta herramienta también se detectan dos posibles problemas intrínsecos a la estructura de la obra. Por un lado, los pequeños puntos en los que elementos del collage presentan una incipiente falta de adhesión; y, por otro, los problemas de exfoliado en el cartón que se intuyen en el perímetro.
Al contemplar el autorretrato cubista de Dalí bajo luz ultravioleta se desvelan significativos datos relativos a anteriores tratamientos de restauración. La diferente naturaleza y antigüedad de los materiales condiciona su respuesta a la luz; por este motivo la franja irregular del extremo inferior, que corresponde con repintes de color, aparece amarillenta y perfila con claridad el retrato.
En el borde inferior de la pintura estas pérdidas reintegradas resaltan en color gris verdoso, más claro que el entorno original, que aparece en tonos azules y violetas. De esta manera es fácil acotar la extensión real de dichas reintegraciones.
En este caso, el estudio de la obra en el rango de infrarrojo no aporta datos significativos sobre si existe un dibujo preparatorio o un esquema compositivo previo.
Sin embargo, resulta interesante aproximarse a los recortes de periódico. Las letras impresas sobre el papel aparecen definidas, facilitando su lectura, y mostrando, en algunas zonas, las letras impresas del reverso.